MAURICIO KARTUN
San Martín, Buenos Aires (1946)
Esa foto es de un carnaval en los años 50 en San Andrés. Mi madre me cosía todos los años un disfraz diferente y para mí era siempre una situación algo bochornosa, porque en el barrio, en el mismo lugar que jugaba al fútbol, de pronto tenía que ir con los labios pintados. Y lo que era peor es que mi vieja lo hacía tan bien que todos los años yo ganaba el pre- mio y tenía que subir al escenario a recibir la copita.
“Empecé a escribir como inclinación natural a tratar de hacer aquello que sentía que era lo que más me gustaba en mi vida: leer”
Cuando gané mi primer premio apareció una vanidad inevitable de impulso artístico. Tengo siempre la sensación de que el arte tiene para convocarte una serie de estrategias bajas. Te toca, te calienta, te excita, te trae por vanidad, por orgullo, por exhibicionismo, por narcisismo. Pero una vez que te tiene adentro, te morfa y te constituye en una maquinaria de su propia fábrica, y ahí depende de vos que encuentres otras energías. Si las encontrás te transformás en otra cosa, en una pieza de la enorme maquinaria que es el arte. Sos una pieza, sos una parte más. Nosotros nos miramos y nos vemos en el recuerdo, en el concepto, en lo que el cerebro nos permite entender del otro. Nos miramos en el arte y el cerebro se expande. ¿Por qué? Porque el arte, esa distorsión, crea una nueva mirada, distancia. Crea un concepto de distanciamiento: el extrañamiento. El arte extraña y, por lo tanto, te permite mirarte de otra manera. Cuando uno es tomado por este mecanismo, yo creo que hay algo de aquella vulgaridad de origen que desaparece.