Carolina Aulicino
UNICEF Argentina
Del libro:
PRIMERA INFANCIA
Intervención Social en la Ciudad de Buenos Aires.
Editado por Rumbo Sur
En relación a los servicios de educación y cuidado de la primera infancia, podemos partir de un concepto que resulta útil para entender algunas tensiones y desafíos actuales: el concepto de “sistemas partidos”. Este concepto refiere a cómo es la intervención del Estado sobre la infancia y qué mirada tiene sobre ella. Se habla de sistemas partidos en dos grandes sentidos. En primer lugar, en relación al distinto abordaje que se hace desde el Estado hacia la primera infancia en función de su edad. Así se puede ver que, en los chicos y chicas de 45 días a dos años, por lo general, la intervención es muy fuerte desde el área de salud, entendiendo el rol del Estado como subsidiario al rol central que se la da a la familia como proveedora del cuidado de los niños y niñas más pequeños. Y, a partir de que empiezan a ser más grandes, tres a cinco años, el Estado brinda atención a través de los servicios educativos y de salud. El Estado asume un rol más central desde esta mirada, la familia queda relegada a un rol más subsidiario. Esto refleja tensiones entre qué es público y qué es privado en la crianza. En segundo lugar, el término de sistemas partidos refiere a la calidad y en al tipo de servicio que reciben estos chicos y chicas. Por lo general, los servicios de los más chicos están liderados por las áreas de Desarrollo y, a partir de que van creciendo y se van insertando en la educación formal, dependen de Educación. Esto genera una serie de impactos que van desde las transiciones institucionales hasta qué tipo de profesional está a cargo de esos servicios, bajo qué condiciones laborales, qué calidad de espacios hay, qué definición de proyectos pedagógicos existe (o no). Además de la edad de escolarización obligatoria establecida por nuestras leyes (cuatro y cinco años) esto expresa una tensión que, para nosotros, es una falsa dicotomía entre educar y cuidar.
Es necesario transitar hacia otra noción acerca del cuidado, crianza y educación en la primera infancia que busque justamente romper con esta mirada dicotómica. Es decir, entender que en la primera infancia no hay educación sin cuidado ni cuidado sin educación.
La clave está en superar esa mirada partida y pasar hacia modelos integrales: que, sin importar de quién dependa, haya una misma calidad de servicios adecuada para cada uno de los niños y niñas. Ambos sectores tienen una expertise muy importante. En Argentina hay una tradición en el nivel inicial muy fuerte y muy buena en términos pedagógicos de desarrollo profesional, y Desarrollo Social tiene mucha experiencia en el trabajo con las familias y la comunidad. El desafío es generar los espacios e instrumentos para, entre todos los actores y sectores, acordar cuáles son los pilares para garantizar servicios de calidad en primera infancia, y los recursos financieros y humanos necesarios para garantizar universalidad y sostenimiento. Y ese mínimo de acuerdos tiene que estar asegurado y supervisado sin importar de quién dependa el espacio físico que el chico transite en esos años. El déficit de cobertura es tanto como una ventana de oportunidad para desarrollar una oferta que parta de estos principios, como un desafío que debe ser abordado desde un principio de equidad.
Hay pasos que se están dando, pero todavía hay mucho que transitar. Sobre todo en armar esta arquitectura. Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires hay distintas modalidades de atención, tanto desde el sector educativo como desde el sector de Desarrollo Social, que en algunos casos hasta son muy buenos complementos. Porque sabemos que allí, en los contextos en donde hay menos ofertas, donde está la presencia más de sector de Desarrollo, tienen ofertas de jornada extendida o de doble jornada que son una respuesta muy pertinente a un contexto donde las familias tienen que trabajar todo el día para poder garantizar recursos mínimos para el hogar.
En un estudio que habíamos hecho desde UNICEF junto con otras organizaciones, FLACSO y CIPPEC, sobre el programa del GCABA de Centros de Primera Infancia (CPIs), observamos que muchos de los CPIs se reconvirtieron de experiencias anteriores de muchísimos años de historia que trabajaban en la comunidad y conocían el terreno, los actores, el barrio. Tienen llegada a las familias y un nombre establecido en el territorio que les permite ese nivel de llegada y entrada. La apuesta en ese sentido fue fortalecer y valorar esas experiencias, amparándolas bajo un paraguas que estableciera una determinada cantidad de estándares, lo que nos parece un acierto en el sentido de decir “este es mi piso”. Hay un piso de derechos básicos, de requisitos mínimos de calidad respecto a las características de los espacios, el ratio de niños/adultos, el tipo de actividades que se desarrollan, el perfil de los adultos responsables, etc. que tiene que estar garantizado. Sin embargo, aún existe un desafío para la Ciudad en términos de cobertura y de articulación entre las ofertas para responder a la demanda de la población en términos de políticas de cuidado, de crianza y educativas. También encontramos alguna evidencia en torno a tensiones referidas a la equiparación de las condiciones laborales entre los distintos tipos de servicios y el tipo de perfil profesional que se desempeña.
Hay muchas posturas y organismos que públicamente se han pronunciado de manera distinta con respecto a si el personal a cargo de los niños y niñas tiene que ser o no docente. La postura general es que no necesariamente tiene que serlo, pero que sí tiene que tener una formación específica. Tan importante como eso es el proyecto pedagógico que tiene, porque el mejor docente puede desempeñarse en una institución en donde no hay ningún plan objetivo de organización de tareas, y se siente desbordado y tampoco puede aplicar lo que sabe. En este sentido, lo que hay que asegurar es un personal altamente calificado con una clara definición de proyecto pedagógico.
El desafío a nivel nacional está en decir “en Argentina, calidad para la primera infancia son estos cinco, diez o quince puntos que no pueden faltar”. Sobre eso se forma al personal y eso es lo que se pone a disposición de los más chicos.
Sabemos que la pobreza es multidimensional y no solamente la disponibilidad de ingresos mínimos. Desde UNICEF, en el año 2016 hicimos un primer informe sobre la pobreza multidimensional en niñez (ver anexos de este libro). Allí se mostraba que, en particular, el grupo que está más afectado por la pobreza multidimensional es el de cero a cinco años. Una cuestión que se destaca es justamente la ausencia de espacios y políticas de cuidado, de poder tener acceso al derecho de ser cuidado con calidad.
El enfoque es siempre poner a los niños y niñas en el centro y, a partir de las necesidades que tienen en su desarrollo, organizar la oferta de servicios. Eso es disruptivo, porque implica sacar el eje de la gestión, de lo administrativo, de cómo se entrega el servicio, para volver a pensar si eso es lo que requieren hoy los niños y niñas en nuestra sociedad.
Todo tema multidimensional requiere miradas integrales y toda mirada integral requiere planificación y altos niveles de coordinación, y coordinar es caro. Es caro en términos de tiempos, y a nivel político institucional, ya que implica resignar recursos económicos y políticos. La manera en que sectorialmente está organizado el Estado no premia la coordinación, porque cada uno tiene sus objetivos y responde sectorialmente y no intersectorialmente. Las experiencias que avanzaron hacia la integralidad en primera infancia (Chile, Colombia o Uruguay) tienen la característica de haber sido prioridad política y voluntad del ejecutivo. Cuando estos programas no suben en la escala jerárquica de donde dependen estatalmente, les cuesta más avanzar hacia la integralidad. Esto siempre es complejo y requiere de una estructura de monitoreo y seguimiento que acompañe estas decisiones para garantizar que esta integralidad se replique en todos los niveles de gobierno e intervención.
Finalmente, un tema central es que la promoción de políticas de cuidado de calidad contribuye, también, a promover una mayor equidad de género. Esto implica reconocer que el cuidado, que tradicionalmente recae sobre las mujeres, es en realidad una tarea de todos: mujeres, varones, familia, Estado, mercado. Es necesario no solo avanzar hacia sistemas públicos de cuidado de calidad que ofrezcan mayores posibilidades a las familias para organizar su esquema de cuidado, reconociendo el rol de Estado en estas tareas, sino también promover cambios culturales que generen una distribución más equitativa en términos de género.
Los países que han logrado bajar la pobreza infantil muestran que este objetivo está muy relacionado con las tasas de participación laboral de las madres en empleos formales. Mientras más se asegure que haya madres con un empleo formal bien remunerado y posibilidades de desarrollo profesional, la tasa de pobreza infantil baja —aunque no sea una relación causal directa—. Obviamente, esto requiere una mirada a largo plazo. Pero si hay algo que nos muestra la experiencia internacional, es que esa combinación virtuosa de buenas políticas de cuidado y educación, junto con buenas políticas de promoción de empleo en mujeres, ha logrado mejorar muchísimo las tasas de incidencia en la pobreza infantil. Y las políticas de primera infancia deben ir también por ese lado.