Skip to content
ELVIRA ONETTO / Actríz, directora
elegir un camino
...fui haciendo lo que más quería y, pagando el precio de hacer algo que no te resuelve la vida práctica

Siempre he ido por lugares marginales en relación al teatro. Tanto por la temática como por los lugares y las personas con quienes he trabajado. La gente que más admiro es aquella que mantiene una ética y que trabaja y hace lo que quiere. Yo fui haciendo, eligiendo, aceptando o no las oportunidades que se daban. Nunca me gustó la idea de carrera, me parece mejor la de camino.

De chica era muy física; vivía en una casa con un gran fondo entonces mis juegos eran principalmente corporales. Teníamos mucha libertad, pasábamos el día a nuestras anchas. Ese lugar en el jardín era el lugar de la imaginación. El cuerpo tenía mucha importancia y el cuerpo imaginario también, porque allí imaginábamos todo. Ahí surgieron las que reconozco como primeras representaciones.

La danza me atraía mucho pero me fui dando cuenta de que no tenía disciplina de bailarina, y tampoco me expresaba esa forma tan predeterminada. Comencé a formarme en “expresión corporal”, frase devaluada que rescato, porque creo que para el actor todo lo que pueda abrevar en el propio cuerpo es fundamental. De eso se trata esa disciplina, de imaginar con el cuerpo. Mi maestra sugirió que tomara clases de teatro para completar mi formación y así fue. La primera vez que estuve arriba del escenario haciendo un ejercicio fue para mí una epifanía. Sentí que ese era mi lugar, arriba del escenario, con un público que me espectara. Me sentí actriz ese día.

Con los años nunca pensé en lo que me convenía; fui haciendo lo que más quería y, pagando el precio de hacer algo que no te resuelve la vida práctica. Trabajé de muchas cosas, siempre relacionadas con el arte, y pasé hambre muchos años, pero valió la pena. Me sirvió muchísimo tener siempre el recurso de dar clases; eso me sostuvo.

Así fui saltando de un escenario a otro con bastante fortuna, y enseguida trabajé con los que para mí son los mejores maestros: Pavlovsky, Bartís, Briski, con todos ellos. Y ahí seguí aprendiendo. Mi formación no es académica, pero se puede aprender muchísimo haciendo. Luego depende de uno completar esa formación.

Compartir una ética
De muy joven tenía grupos de gente a los que les daba clases de expresión corporal. Cuando empezás a enseñar, empezás a aprender un montón de otras cosas; desde dinámicas de grupo hasta ver en otros cosas que te sirven para tu propia práctica. Una buena maestra es para mi alguien que te presta verdadera atención y extrae de vos aquella potencia que podés desarrollar. Es alguien generoso. Si no sos generosa como maestra, si te guardás claves que pueden ayudar al otro, sonaste como persona. El teatro es una actividad de solidaridad, es como un equipo de fútbol, tienen que patear todos para el mismo arco; un equipo funciona cuando todos están conectados entre sí, cuando se miran, cuando saben la jugada.

En el teatro que a mi me interesa, si estás con otros, es fundamental la solidaridad con el trabajo. Porque el teatro depende del esfuerzo de todos y de lo que cada uno pueda aportar. Es un proyecto solidario posible. Independientemente de lo fáctico, lo que tiene que ver con lo artístico tiene que ver con lo solidario, en el sentido de la comunicación, de que prevalezca aquello por lo que estamos reunidos.

He viajado mucho a festivales y los grupos argentinos somos muy reconocidos, tanto autores como actores. Muchos de los proyectos de acá son autogestionados; creo que eso tiene que ver con la creatividad producto de la carencia. El teatro es un proyecto posible para hacer ahora, acá, en este living, en un cuarto para cuatro personas. En momentos difíciles es algo que nuclea, que produce que un grupo tenga una motivación. Es una forma de militancia en ese sentido. Es un lugar de mucho disfrute y genera una ética propia de cada grupo. Mantener una ética grupal es lo mejor que te puede pasar, tener una mística sobre lo que estás haciendo, luchar todos por algo, por que una obra se haga y se muestre y convoque gente. Por eso creo que en tiempos difíciles el teatro es una actividad que agrupa y une.

Subtextos
Cuando uno está trabajando un rol en una obra de teatro no tiene un horario fijo; se está en sintonía con eso. No estás todo el día pensando en el personaje pero estás conectado. Una de las primeras cosas que debe poder hacer un actor es disociar: estar pasando letra mientras cocina, por ejemplo. Hay momentos de trabajo específicos, pero esta práctica es muy importante.

Cuando tenés el texto más aprendido, pensás en las acciones físicas, que son aquellos subtextos que los textos tienen. El texto es lo que se dice, pero también cómo se lo dice. Es fundamental la acción física que te marca la dirección y, en la escena, la acción física está debajo del texto, lo acompaña todo el tiempo. No me refiero al movimiento concreto, sino a la acción física como subtexto. Ayuda mucho estar liviana, no estar estudiando, poder moverte y probar cosas.

El teatro es una materia muy cambiante. Dentro de un monólogo vos podés pasar por muchísimas acciones físicas diferentes, que a veces no tienen que ver con lo que el texto dice. Cambia toda la escena cuando tenés otra intención en lo que decís. Y cómo decís tiene que ver con cómo el otro responde: el otro, a su vez, está diciendo eso por primera vez. Por primera vez, digo, porque si hacés una obra doscientas funciones y la hacés con los ojos cerrados, entra lo peor: que te vuelvas mecánico, que digas la letra al pie de la letra del otro. Eso para mí es letal. Hay que combatirlo porque es muy fácil que suceda. Hay que volver a prestar atención. Si estás conectado con el otro y no estás pensando que estás representando para el público, la escena va a tener vida; si no, se vuelve una repetición y es el teatro mortal. Eso también se enseña. “Representar” es una palabra jorobada; en realidad es “revivir”, pasar cada día por eso como si fuera la primera vez. Escucharte y escuchar al otro.

Materia para moldear
Cuando estás en escena se te diluyen los problemas, la gripe, la fiebre, el dolor de cintura. Es muy bueno ser actor. Y un sentimiento muy particular de esta profesión es que si no estás actuando, si no estás ensayando, no sos actor. El actor siente que no es nada cuando no tiene un proyecto. Hay gente más adicta que otra a actuar. En mi caso, como dirijo, si no estoy actuando pero tengo un proyecto de dirección, no siento ese vacío, siento que tengo una materia para amasar.

Me hice directora, y en eso también aprendí como actriz. Desde afuera entendés otras cosas. Entendés que un director lo que quiere es que vos estés bien, que des lo mejor. Entendés que el comentario del director no es una crítica sin sentido. Si podés escuchar bien lo que un director inteligente te dice, podés aprovecharlo para estar mejor y trabajar sobre eso. La obra incluye al director no solo en el proceso de creación, sino en todas las funciones: si cada función está viva hay materia para moldear. Cuando estás presente en las funciones, podés ir modificando y probando diferentes cosas, cambiando cosas de lugar. Es terrible ser directora. Es como ser madre soltera, porque no podés dejar ninguna responsabilidad en otro. Tenés que tener todos los piolines. Eso fue lo primero que sentí cuando empecé a dirigir. Pero es apasionante. Cuando estás en función sufrís, porque estás haciendo fuerza para que todo salga y caiga en el momento que vos querés, y terminás agotada. Como actriz pasa lo contrario: cuando actuás, salís de la función limpia; te has expresado, te has manifestado.

Volver arriba