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La población de La Boca mayoritariamente italiana, llegó, como gran parte de los inmigrantes europeos, huyendo de una Europa empobrecida; obreros, campesinos y artesanos desocupados y paupérrimos. Entre ellos, un gran número viene “esclarecido”, así llamaban los anarquistas a quienes traían una conciencia de clase y de lucha social que los había hecho perseguidos políticos en sus países.

Entre las características internas de la sociedad boquense se destacan dos rasgos: ventilar conflictos e historias personales en la prensa barrial y utilizar ese medio de forma comprometida políticamente. En 1875 se presenta un caso emblemático que  enfrenta a la prensa local con el poder policial. Según se cuenta, el señor Pisani, director, redactor y publicista del periódico El Ancla — primer exponente del periodismo boquense — había sido víctima junto a su familia de un atentado criminal en su propio domicilio. Ante la indiferencia del poder policial, Pisani, en un acto inaugural de libertad de prensa, interpela desde su periódico directamente al comisario, señor Floro Latorre: “¿Qué hace el señor comisario de policía de La Boca que no encarcela al individuo que intentó asesinarnos la semana última?”. A falta de respuesta de la autoridad ante esta legítima pregunta, Pisani, desilusionado y ofuscado, decide no sacar más su periódico.

El Ancla, tras doce números, tuvo un final prematuro que consternó a los lectores, ya acostumbrados a las notas, novedades y sucesos del barrio. Pisani había dado el puntapié inicial para que múltiples publicaciones proliferaran en La Boca. La prensa obrera no sólo anunciaba los mítines y las reuniones que se llevaban a cabo, traía, además, novedades sobre los sucesos europeos, en particular los de Italia. Las historias de folletín también estaban a la orden de día y ocupaban su lugar en la prensa. Muchas de ellas recuperaban historias locales, como la que en abril de 1905 conmovió a los lectores del Progreso de la Boca. Narraba la patética historia de un trabajador que, viendo a su mujer en medio de un trabajo de parto complicado y sin saber qué hacer, corre en busca de ayuda médica y en la calle se enreda con la correa de un perro que pasea una señora adinerada. El inesperado encuentro termina de exasperarle los nervios y le da una patada al perro, lo que deviene en la indignación de la señora, la detención del hombre en la comisaría y la muerte de su mujer sin atención necesaria.

Hechos de pobreza y vulnerabilidad a los que estaba expuesta gran parte de los habitantes de la ribera y que, en palabras del desdichado protagonista, puede resumir la situación de los trabajadores de entonces: “Es nuestra vida, mi señor: siempre trabajar, sacarse el hambre, nunca”.

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