En la primera plaza del barrio, Plaza Solís, se instaló hacia 1895 Vito Cantone. Sus muñecos convocaban a los curiosos y entusiastas de este arte. En la pequeña sala del teatro Sicilia Cantone representó la vida con marionetas durante quince años. A Vito le sucedieron los esposos Terranova con los “Títeres de San Carlino”.
Como ocurría con muchos trabajadores, don Sebastián Terranova traía el oficio en la sangre: sus padres, incluso sus abuelos habían sido titiriteros. Cuenta en una entrevista: “Cuando nací en Italia, en Europa entera se acostumbraba a que los hijos continuaran la profesión de los antecesores. Respeto las ideas modernas; creo, sin embargo, que la identidad de trabajo, de preocupaciones, de ‘clase’, contribuyeron a la solidez de la familia antigua. La mía, natural de Sicilia, tuvo uno de los seis teatros de títeres que actuaban simultáneamente en Palermo”.
Son muchas las historias de apasionados vecinos que se dejaban llevar por el arte de las marionetas. “Un espectador rompió el bastón en la cabeza del pobre Gano di Magonza; otro quiso quemarlo, en un descuido nuestro, acaso pensado que con tal procedimiento evitaba nueva maldades… Un tercero, el más pintoresco, arrojaba a los fantoches odiosos cuanto objeto traía en los bolsillos: la pipa, la caja de fósforos, pelotas de papel… ¡Hasta el sombrero le tiró una noche!” cuenta don Sebastián Terranova, dueño de los “Títeres de San Carlino”2