Quinquela no se va nunca de La Boca, pero los lugares que frecuentaba van marcando un círculo, primero en la bohemia boquense de principio de los años veinte, luego en la cava del Tortoni, para simultánea a la declinación de La Peña volver con fuerza a su Barrio.
El infatigable Quinquela crea la humorística Orden del Tornillo. Una Orden que premiaba a artis- tas, deportistas, referentes y personalidades en general, que hubieran brindado a la comunidad argentina o extranjera un legado humanitario. La diferencia radicaba en el concepto del premio. Para Quinquela esa gente única, creativa, que se embarcaba en acciones de bien para la humanidad estaba un poco loca, es decir, le faltaba un tornillo.
El espíritu carnavalesco por naturaleza de Quinquela hace con esta creación un gesto que reúne todo el significado de su trayectoria. Oponiéndose jocosamente a toda solemnidad a toda pomposidad y oropel de los premios oficiales, concibe esta distinción singular. Consistía en reponerle a aquellos que les “faltaba un tornillo”, esa pieza. Es así como el Tornillo que se les otorga es aquel que les falta, pero en el momento de concederlo se les recomienda que no lo ajusten demasiado, que lo dejen algo flojo y en ese “algo” cabe lo que Quinquela consideraba la “locura luminosa”, necesaria para todo tipo de acto creador, no sólo el estético.
La ceremonia de entrega de la Orden del Tornillo tiene todos los ingredientes que caracteri- zan las festividades boquenses: el rasgo paródico, la risa carnavalesca, la plena conciencia de que la peri- feria puede burlarse del centro. La cena de premia- ción consistía en una comida organizada en la casa de Quinquela, que por entonces se había mudado al piso alto del actual Museo que lleva su nombre. En ese acto, Quinquela, vestido con traje de Almirante, hacía de Embajador de la República de La Boca; se comían fideos de colores y como rito de iniciación se le hacía dar al homenajeado unas vueltas; luego, con un bastón, como la espada que ungía a los caballeros medievales, Quinquela lo golpeaba en el hombro. A continuación le decía al atornillado: “Bueno, ya es- tás atornillado, ¡pero no te lo ajusté mucho porque eso no es bueno!”. Lo que hacía especiales a los premiados era justamente conservar ese dejo de locura.
Acorde con la escena de sus años jóvenes en la Peña, aquella en la que aconseja a Ricardo Güiraldes buscar los temas no en Francia, sino en lo argentino, la idea de la Orden del Tornillo tiene que ver con la construcción de una identidad nacional. De ahí la heterogeneidad de las ocupaciones, arte o deportes, a que se dedi- can los premiados. Por eso, no es arbitraria la lista de nombres: cada uno de los merecedores de la Orden no sólo se destacan porque sean buenos o excelentes en su especialidad, sino por lo que han hecho para lograr un lugar representativo en la sociedad. De este modo, en la lista alternan actrices como Tita Merello, actores como Luis Sandrini, ambos fundamentales en el imaginario popular, como Carlos Guastavino, en música folklórica o Alberto Ginastera, en música clásica. En el criterio del premio, cada uno de ellos ha colaborado a formar la identidad porteña, transcendiendo hacia un imaginario nacional.