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Elvis
Mi abuelo iba al café Imir en el que bailaban odaliscas

En un pequeño local abarrotado de ropa, de calzados a medio hacer y de recuerdos de Elvis Presley, Ricardo y su mujer pasan gran parte de su día. Ella arreglando ropa, él dictando clases de modelado de zapatos y dando shows por Villa Crespo imitando al famoso cantante. Ricardo nació en el barrio y toda su vida vivió ahí,  pero nadie lo conoce por su nombre. Todos lo llaman Elvis.

“Este era un barrio fenómeno. Estaba lleno de inmigrantes y éramos todos uno. El Tano tenía el almacén, el Gallego tenía la panadería, el Ruso vendía telas. Estábamos todo el día en la calle, jugando a la pelota, cantando y tocando la guitarra. Después fuimos creciendo y salíamos a bailar a Villa Malcom y al club Atlanta, cambiamos un poco la vida pero estábamos siempre en la esquina. Nos juntábamos en el San Bernardo a jugar al Villar, y en otro café que se llamaba El Victorio, que era igual al San Bernardo, solo que ahí había un peluquero que trabajaba en un cuartito aparte, y que te hacía el corte de Elvis. Espectacular. Había tres cines. El Rivoli, el Mitre y el  Villa Crespo. Todas las películas de Elvis las veía ahí. Salíamos del cine y nos comíamos una pizza de parado en Nápoles, que era otro símbolo del barrio.“

Elvis recuerda que en donde estaba la curtiembre Federal, frente al conventillo La Paloma, que todavía existe, había un baño turco para que se bañe la gente.

“Eso me lo contó mi padre que también nació en el barrio y era hijo de turcos, otra de las comunidades fundantes. Mi abuelo por ejemplo, iba al café Imir en el que bailaban odaliscas. Al café si lo conocí porque hasta hace poco tiempo existió pero ya sin las odaliscas. Mi viejo vio hacer el subte, y un amigo de él, contaba siempre que se le cayó una yegua al Maldonado y se le ahogó. Esas eran los típicas anécdotas de la gente grande. Mi vieja me llevaba a comprar pollos vivos al mercado. Había un viejo que los achuraba ahí mismo antes de vendértelos. Se escapaban todo el tiempo, y había que estar corriéndolas por la calle. Pasaba el vendedor de sandías, el del tacho de basura con dos caballos, los tranvías. A mí me gustaba la calle pero igual trabajaba de cadete cuando venían las vacaciones. Vos ibas por Canning y estaba lleno de negocios con carteles de “Se necesita cadete”. Todos negocios de tejidos. Me mandaban a repartir las bolsas de telas en mateo. Después entré en la fábrica de calzado, y aprendía a trabajar mirando a los  obreros. Empecé limpiando, cortando, y así llegue a modelar, hasta que tuve mi fábrica. Hoy doy clase de modelado acá, y trabajo para algún fabricante, pero ya los zapatos no son como antes. Se despegan todos. El plástico influyo mucho. En mi época los zapatos te duraban toda la vida, pero hoy es así y tenés que adaptarte, no podes ir en contra porque te fundís. Yo me adapte, y eso fue lo que hice toda mi vida: ir para dónde va la corriente.”

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