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Me enseñaron a integrarme, recuerdo cuando tomaron lista por primera vez en la secundaria, me llamó la atención ser el único armenio (en ese momento ya era uno más, y eso fue un impacto grande).

Mi identidad armenia es algo que mamé desde la cuna: escuchar a mis abuelos hablar en armenio, ver a mis abuelas preparar las comidas, ver pegado en la pared un cuadro de ese alfabeto tan extraño que no es parecido a ningún otro. Yo creo que lo traigo desde bebé y se fue poniendo más fuerte cuando empecé la primaria en el colegio Marie Manoogian, y me fui integrando a lo que era la vida comunitaria, participando en las actividades, aprendiendo un poco el idioma. Ahí fue donde tomé conciencia e identidad respecto a mis orígenes. Mi abuela paterna, que aún vive, era de un pueblo llamado Aintab, y sufrió en carne propia todo lo que habían sido las matanzas, las deportaciones. Pasado ese tiempo se casa con mi abuelo, emigraron a Siria y de ahí se vinieron a la Argentina. Estuvieron en el barrio de barracas y ahí nacieron mi papá y mis tíos. Mis abuelos maternos nacieron en Estambul, también son de origen armenio. En 1955 los turcos decidieron hacer un revival terrible de lo que habían hecho a principios del siglo 20, mi mamá tenía 7 años y mis abuelos vinieron a la Argentina y se establecieron en Villa Martelli; después se mudaron para Villa del Parque.

Mis padres habían hecho la primaria en el San Gregorio, pero se conocieron, ya mas grandes, en los bailes que se hacían en ese  colegio, se casaron y formaron la familia. Mi casa no era una casa muy cargada de Armenio, si bien tenia los típicos Hachkar, que son las cruces de piedra, algún libro, teníamos una versión del Martín Fierro en armenio, pero no más que eso. La comida típica lleva un componente de elaboración que en el trajín del día a día se hace complicado, entonces, en casa comíamos milanesas pero con el pilav, que es el arroz salteado con manteca y fideitos. Y los fines de semana eran los días en que mi padres o abuelos cocinaban un Lehmeyun, o un Shish Kebab.

Me enseñaron a integrarme, recuerdo cuando tomaron lista por primera vez en la secundaria, me llamó la atención ser el único armenio (en ese momento ya era uno más, y eso fue un impacto grande). Después ya entrada mi vida adulta, iniciar mi relación de trabajo y tener cierta madurez, dije “tengo que estar orgulloso de mi origen”, escuchar música aprender a cocinar. De hecho, yo cocino y me gusta. En la etapa adulta me vuelvo a sentir identificado con mi origen. A mis hijos, si bien mi mujer no es armenia, quiero contarles sobre de mi origen, si tengo suerte que conozcan el idioma, porque no es un idioma fácil, explicarles esa parte de mi historia. Tengo esta identidad como descendiente armenios, y estoy orgulloso de eso. Somos sobrevivientes y estamos acá presentes, uno tiene que recordar al pasado para tener una base sólida en el presente y dar el paso hacia el futuro.

© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias –  Rumbo Sur, 2018.

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