Cuando el Patriarca Egishé Derderian, mi padre espiritual, me comunica que voy a venir a Argentina, a Buenos Aires, yo no sabía bien dónde quedaba. Había escuchado algo, pero no mucho. En aquel entonces era diferente, no como ahora que el mundo está globalizado y contamos con muchísima información y comunicaciones. Entonces fui a ver a un amigo cuya hermana era profesora de geografía, para preguntarle dónde quedaba Buenos Aires. Abrimos una enciclopedia y la primera foto que vi era del Obelisco, entonces cuando vine acá y lo miraba, era una sensación extraña.
Aquí empecé dando clases en la escuela primaria. Fui vicedirector durante quince años. Tanto en la iglesia como en otras organizaciones participaba de los actos. Pasados los cinco años, tiempo por el cual me habían enviado aquí, mandé una carta al Patriarca para ver qué debía hacer, si volvía o me quedaba. Me preguntó: “¿Te echan?” Contesté que no. “¿Estas a disgusto?”, continuó. “No”, respondí. “¿Querés quedarte?”, interrogó. Y señalé que aquí estaba muy bien. “Entonces quedate”, dijo. Ahora hace cuarenta y tres años que sigo aquí, y por suerte no fueron solo esos cinco. Como mi relación fue con los alumnos, los jóvenes, los chicos, con toda la comunidad, eso me ató. En un momento, por el año 1977, quería regresar. Hasta el Patriarca me mandó el pasaje de vuelta, pero un grupo de mis ex alumnos, que ahora tienen cerca de 50 años y son profesionales, cuando me vieron con el pasaje me dijeron: “¿Qué es eso? Usted no puede volver. Nosotros tenemos que aprender lo que usted enseña”. Esa noche pensé un poco y concluí que debía quedarme un poco más. El pasaje me lo habían mandado en agosto. Dado que las clases terminaban en noviembre, pensé que en diciembre ya podía volver. Pero esos tres meses fueron decisivos para que me quede hasta hoy.
La misión de la Iglesia Armenia no es solo religiosa y espiritual, sino que también tiene una parte nacional, algunos dicen “en Pascua Jesús no resucita si el pueblo armenio no lo celebra”. Cuando es la resurrección de Cristo, nosotros pensamos también en la resurrección de nuestro pueblo, que fue masacrado y pudimos resucitar. No es un capricho seguir siendo armenio, sino que realmente nuestra identidad nacional es muy importante.
Ahora ya estoy acá y estoy muy conforme, me siento bien, a tal punto que si ahora voy a Jerusalén, que es mi ciudad, no natal pero sí donde crecí como alumno del seminario y me ordené sacerdote, si estoy una semana, diez días, ya empiezo a extrañar Buenos Aires.
© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2018.