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Si pienso en lo armenio, lo primero que se me viene a la cabeza es una imagen de lucha, de lucha por sobrevivir. A la Argentina, mi país, le estoy eternamente agradecido por cómo recibió a nuestros abuelos.

Desde que salí de la escuela soy librero por herencia familiar, trabajo hace 28 años en una librería. Nací en una familia de padre, madre y abuelos armenios, desde el inicio me resultó natural todo lo armenio, no hubo un aprendizaje, se vivía y se asimilaba naturalmente. Primero en la familia, luego en la escuela, en scoutismo, que era el ámbito donde transcurrieron mi infancia y mi adolescencia. A la escuela la recuerdo como un pasaje de amistad, momentos hermosos con mis compañeros, desde el jardín de infantes, toda una vida y aún hoy seguimos compartiendo vivencias. A mi abuela paterna no la llegué a conocer, mi abuelo paterno tengo pocos recuerdos, falleció a mis 5 años. Mi abuelo materno falleció a mis 6 años míos, no tengo esos recuerdos de la oralidad del abuelo. A mi abuela materna, gracias a Dios, la disfruté hasta el 2001. Ellos no eran una generación que contara su sufrimiento, la verdad es que se sentían avergonzados y no querían que nosotros cargáramos con esas mochilas tan pesadas. No se manifestaban para los 24 de abril, se tardó mucho en salir a la calle. La historia del Genocidio la atravesé por mi tío Krikor, un vecino del pueblo al que mi familia paterna adoptó en la caravana porque sus padres ya no estaban. Recuerdo que tenía un tatuaje en la mano, esos de tinta que se hacían los que peregrinaban a Jerusalén. Mis abuelos peregrinaron por Siria y terminaron en Argentina, y este tío a los 20 años aparece por la Argentina. Es decir, se vuelven a juntar, es el tío aunque no haya ningún lazo de sangre, hay muchos de esos tíos de corazón.

Los detalles que aprendí fueron en la escuela, los libros, el scoutismo, la Unión Juventud Armenia y el tashnagtsutiun. Yo no mandé a mis hijos a la escuela armenia, el vínculo con la armenidad de ellos es a través del scoutismo de Homenetmen y  la Agrupación Ararat, más allá de lo que yo les pueda contar. Los tiempos son distintos con los chicos ahora, uno les da todas las herramientas o les acerca la información y mi táctica es esperar que pregunten, que necesiten tener la información. Igual mis hijas se sienten armenias, son reconocidas en su círculo como armenias.

Si pienso en lo armenio, lo primero que se me viene a la cabeza es una imagen de lucha, de lucha por sobrevivir. A la Argentina, mi país, le estoy eternamente agradecido por cómo recibió a nuestros abuelos, le dió esa tierra fértil para poder sacar a sus familias, sentirse seguros, prosperar, pero siempre luchando. La mayoría de los armenios vino con una mano atrás y otra adelante, y hoy tercera o cuarta generación de argentinos de origen armenio salen adelante y en esta Argentina hermosa y difícil sostienen a sus familias, sostienen la colectividad, sostienen las instituciones.

© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias –  Rumbo Sur, 2018.

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