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De adulta descubrí que no había enemistad entre armenios y turcos, que los Estados generan las enemistades, y me encontré con una teoría que responde a lo que yo sospechaba.

Soy hija de sobrevivientes del Genocidio, que me criaron con la lengua y la escritura armenia, con el club armenio, con los compatriotas armenios y con la iglesia armenia. Mi madre tenía una actitud devocional muy intensa, y creo que a través de eso yo descubrí en primer lugar y hasta la fecha, la sensación de la armenidad. Luego la seguí descubriendo a través de la comida y la música. Una imagen que yo tengo es, a los 5 o 6 años, estar parada en una silla en un salón de la iglesia armenia y estar diciendo un poema en armenio, esto fue muy potente para mí.

Esto de decir “soy armenia”, nunca lo he podido hacer, yo siempre dije soy argentina, hija de sobrevivientes del Genocidio armenio, he hecho honor de muchas formas y los he traicionado de muchas otras, porque, cuando tenía 17 años, interrumpí el vínculo con la colectividad. Yo deseaba conocer el mundo, porque eso era un micromundo. A partir de esto, ellos mantuvieron un enojo conmigo, sobre todo mi mamá, quien me dijo que yo había traicionado la sangre derramada de su padre, que la había traicionado con el sexo, con el matrimonio, con no ir al club Armenio; era una traidora. Revisión crítica, para no ponerle la palabra traición, fue decir “este camino no lo sigo”, aunque nunca lo abandoné porque siempre necesité tener energías para recorrer el otro territorio, el vedado, el afuera.

Retorné a través de la escritura, cuando tenía 35 años. Tomé conciencia luego de haber salido, me tuve que ir lejos. Así escribí acerca del tema, rastreando las historias que había escuchado en mi casa. La tesis de doctorado que estoy haciendo no está dedicada a lo armenio, pero viene impulsada por el Genocidio. Allí trabajo la posibilidad del entendimiento entre los pueblos. Volví sobre conversaciones que oí de mi abuela, que me hizo sospechar a los 4 años que no existía la enemistad entre armenios y turcos, porque las historias te dicen que eran vecinos. Otros me contaron que amigos turcos lo vistieron de turco al hijo para salvarlo. De adulta descubrí que no había enemistad entre armenios y turcos, que los Estados generan las enemistades, y me encontré con una teoría que responde a lo que yo sospechaba.

De golpe me di cuenta cuán conflictivo es ser hijo de un sobreviviente. Me quería construir diferenciándome, pero detrás de aquella traición, en realidad, hoy voy regularmente a la iglesia Armenia de la calle Patrón, porque lo siento y ahí me siento armenia. Eso lo rescaté de mamá, y de mi padre rescaté, el amor por la escritura; el se dedicaba a la reparación, lavado de alfombras, tasaba alfombras, un oficio de armenios.

© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias –  Rumbo Sur, 2018.

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