Mis abuelos llegaron en los años 20 a Buenos Aires, escapando del terror y en busca de una nueva oportunidad. Mis padres, ambos de origen armenio, siempre estuvieron en contacto con la comunidad armenia, y me inculcaron el respeto y el amor por nuestro origen. Nací en Barracas en una muy linda casa, según me contaron, sobre la calle Bolívar, y al año nos mudamos a Vicente López, a mi casa de la calle Libertad, donde fui a un colegio armenio durante toda la primaria. Crecí aprendiendo la cultura armenia, el idioma, el alfabeto único, la heroica historia de un pueblo milenario que resistió durante siglos invasiones de los mayores ejércitos de la Antigüedad, escuchando a mis tías abuelas relatar de modo tragicómico los horrores de la Guerra, yendo algunos domingos a la demasiado larga misa de la Iglesia Armenia, o viendo al Deportivo Armenio en la cancha de Platense, y por sobre todo, comiendo comida armenia.
Sin embargo, la presión que sentía por deber continuar el legado cultural, también me generaba un conflicto, terminando la primaria, a los 12 años, decidí no seguir más en el colegio armenio, porque sentía que tenía que salir de una burbuja, donde la armenidad ocupaba todo los espacios y necesitaba asomarme a ver el mundo con ojos mas argentinos. La adolescencia me alejó un poco de la comunidad, aunque nunca dejé de ver a mis amigos “del Armenio”. Siempre que podía me escapaba a comer un doner en Medio Oriente, en Cabrera y Malabia, o a comprar algún Lehmeyun en la Panadería Armenia de Scalabrini Ortiz, o iba a cenar un viernes a la Liga, o a Sarkis. Los años de la secundaria y los universitarios pasaron explicándoles a mis amigos qué era ser armenio, o haciéndoles descubrir nuevos sabores cocinándoles platos típicos.
A mis treintas, ya viviendo en Colegiales, mi identidad y mi origen empezaron a resurgir de a poco, esta vez sin presiones, y comencé a leer más sobre la Causa Armenia, el Genocidio, volví a participar de las marchas del 24 de Abril, los encuentros con esos amigos se hicieron mas asiduos.
Hoy, con ojos argentinos, puedo comprender la intención de mis padres en insistirme tanto en no permitir que todo el sacrificio, esfuerzo y trabajo realizado durante siglos por nuestros antepasados resultara vano y se desvaneciera en el olvido, tengo la certeza de que no lo voy a permitir.
© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2018.