Lo armenio para mí es una manera de entender la vida, una cuestión filosófica, que si la quiero sentir o palpar tengo interiormente que volver a mi infancia, porque ahí es donde la siento y me reencuentro, porque ahí es donde veo a mi papá cantar en armenio, a mi abuelo llorar por el tema del Genocidio o contar los sueños que tenía de persecución y muerte, hablar en mi casa en armenio, o a mi mamá haciendo las comidas típicas: son las cosas que uno de chico percibe y lo construyen.
El idioma armenio y su cultura en general están llenos de simbolismos, y de cosas que hacen más al sentir que al entender. Lo aprendí con mis viejos en mi casa, porque tuve la suerte de ir a un colegio armenio desde jardín de Infantes a 50 metros de casa. Ese era mi mundo, vivíamos dentro del colegio, y nos formamos hasta políticamente ahí, un montón de valores y de cosas que hacían a la armenidad. Mi viejo, sin embargo, por más que representase todo eso también, vivía escuchando la radio, era el mate, el tango y el fútbol, tenía esas cosas de hombre del conurbano, más bohemio, menos acartonado, más cerca de la gente. El tipo era de barrio, y yo creo que eso a mí me dio un plus que me lleva a sentirme parte del todo, no solo de un pedacito nada más, a mí la armenidad me agrandó, me nutrió, y le dió densidad a mi identidad. Después, aún niño, dejé de hablar en armenio en mi casa, aunque hoy lo sigo haciendo con mi hijo de 27 años. Nos preocupa la realidad de la Argentina y el mundo, pero lo hablamos en armenio. Yo creo que pasa por ahí, es un tema que está más vinculado a lo afectivo, a cómo construimos socialmente nuestra identidad partiendo de nuestra historia y de su presente.
En el 2006 cuando me convocan para ser vicepresidente del INADI era secretario de la Asociación Cultural Armenia, decidí renunciar para evitar conflictos de intereses, para que sea todo mucho más transparente, si bien yo tenía una fuerte militancia en la APDH y en otros organismos contra la discriminación, y en este caso la propuesta era personal, en ningún momento se dejaba de lado mi sentido de pertenencia. Esto hacía que ese lugar para mí tuviese una doble responsabilidad, tenía que llevar adelante mi función con eficiencia y honestidad, y haciendo lo mejor por los grupos sociales más vulnerados, pero también era de alguna manera el lugar donde estaba representando a la comunidad, aunque indirectamente, desde lo simbólico. Lo armenio es la infancia, el amor, la emoción, el dolor por el Genocidio, la lucha por su reconocimiento, y poder interpretar con más generosidad lo que le pasa a la humanidad. Mi raíz y mi identidad son las cosas que me ayudan a interpretar la realidad social y a seguir comprometiéndome con ella.
© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2018.