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Lo que me identifica con Armenia es más que nada sentimiento, y todo lo que tiene que ver con el genocidio, el pasado y el dolor.

Mi viejo era de los armenios algo cerrados, tenía sus ideas progresistas, pero nunca se encolumnó en la UCA. Los hermanos sí pertenecieron, pero él era mucho más amplio, su padre era thasnag. Era muy armenio, si en casa yo no hablaba armenio no me contestaba, pero así y todo, mi viejo, con esa fuerte dosis que tenía de armenidad, era un tipo que tenía programa de radio, le gustaba el tango y hacía teatro a nivel barrial. Era un tipo muy porteño, y yo me crié en la calle: llegaba del Centro Armenio a mi casa, con 7 años, me sacaba toda la ropa y me iba a la calle, y ahí me criaba con todos los amigos del barrio. Cuando yo contaba en el colegio sobre mis amigos no entendían nada, porque ellos no tenían amigos en el barrio, y así fui creciendo, toda la vida en el barrio, en la calle. Fui a una escuela armenia pero siempre involucrado en lo que tiene que ver con la vida barrial, Parque Chacabuco, Juegos Evita, todas esas cosas.

En plena dictadura, a los 16 años, iba al club Peñarol Argentino, y ahí me afilié a la juventud comunista, la Fede, y además por una cuestión de afinidad, nosotros decíamos que éramos comunistas porque queríamos la armenia soviética, así fui militando toda mi vida. A nivel armenio iba a Marash que es el club de nuestros viejos. Veníamos a los festivales de la Unión Cultural porque mi viejo hacía la locución, veníamos a los festejos del 29 de noviembre que es el día de la sovietización de armenia. Y,  más adelante, me dicen que tengo que ir a la colectividad y me metí en la Unión Cultural a hacer el trabajo político.

Yo fui a Armenia y me sentí como en casa, por un montón de cosas que te transmiten, no sé cómo me vaya a sentir cuando me vaya a Marash porque no sé turco, pero seguramente también me voy a sentir como en casa, la tierra donde nacieron mis abuelos, mis viejos, mis tíos; esa tierra te tiene que llamar.

Lo que me identifica con Armenia es más que nada sentimiento, y todo lo que tiene que ver con el genocidio, el pasado y el dolor. Yo dormía con mi abuela, mi abuela murió cuando yo tenía 17 años, estábamos en la misma pieza y estuvo toda esa época contándome las historias del genocidio, cómo se salvo caminando por el desierto. Crecimos con eso y con todos los viejos que venían con ellos a comer; todo eso te marca de una manera fundamental. Me siento muy identificado con el proceso soviético, con la segunda Guerra Mundial y, obviamente, lo cultural. En casa yo escucho folklore, no escucho música armenia, y me voy a las peñas, me voy a Cosquín, es una mezcla.

© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias –  Rumbo Sur, 2018.

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