Siempre hay alguien en la familia que te deja huellas por su historia de vida, una vida que te emociona y recordás con orgullo; la persona con quien sentí que tenía que involucrarme con la historia de mi pueblo fue mi abuela materna, la única que llegué a conocer. Ella fue Lucín Aivazian de Havnichian, quien se vio obligada a viajar sola a la Argentina a los 18 años, al perder a casi la totalidad de su grupo familiar en el Genocidio Armenio perpetrado por Turquía. Lucin llego a la Argentina en el año 1927; la familia que la cobijó en Estambul cuando quedó huérfana, había arreglado para ella un matrimonio a la distancia con un joven armenio que vivía en la Provincia de Buenos Aires.
Ni bien bajó del barco la llevaron a la casa en la Ciudad de La Plata, donde residiría bajo resguardo de su futura suegra. Para ella fueron meses de mucha angustia, la tenían confinada en un cuarto, sin poder conocer la ciudad,ni su gente, sin poder festejar los carnavales, y peor aún, sin poder conocer a otros connacionales con quienes poder conversar y compartir esa experiencia. Pronto manifestó su incomodidad, su deseo de que las circunstancias fuesen otras, pero solo recibió silencio y encima, no amaba a ese joven. Y así fue como decidió escaparse: una mezcla de osadía y valentía para una joven armenia recién llegada. Solo tenía los datos de Zaruhí Parmaksisian, quien, junto a su familia, la recibe con los brazos abiertos; al tiempo conoció a otros armenios, entre quien estaba Ohannes Havnichian -mi abuelo- .
Al poco tiempo se casaron; nada tenían para el casamiento -la joven Lusaper Inekchian, casada hacia poco tiempo con Agop Manoukian le prestó su vestido de novia- y entre amigos y familiares de Ohannes colaboraron para que no les faltara ni su fiesta ni su primer hogar en el barrio de Barracas. Al poco tiempo, el trabajo en el frigorífico de Ohannes y la costura de Lucín les permitió salir adelante. Luego nacieron sus tres hijas Emma, María e Isabel al mundo y Diez años más tarde, quedo viuda.
Mi abuela fue un referente muy importante en mi vida; supo construir su matriarcado con dedicación y mucho amor, ir a visitarla, quedarme a dormir en su casa, hablar en armenio con ella, ir a la Iglesia de su mano, programar salidas, ir con ella a todos los actos de la colectividad, siempre fue una fiesta. Fue integrante de las Damas de Beneficencia Armenia (HOM) y todo el barrio de Barracas sabía que cuando aparecía Lucín de visita además había que comprar rifas, alguna entrada para un evento o donar ropa para las familias armenias de escasos recursos. Fue una luchadora que, mientras pudo, no dejó de participar de las Marchas por el Reconocimiento y la Memoria del Genocidio Armenio, ella fue ese gran fulgor identitario en mi vida, que me guió naturalmente, sin proponérselo, pero con gran impacto en la elección de mi carrera y por estar involucrada con la historia de mi pueblo.
© “Armenios en la Ciudad de Buenos Aires” de Carlos Iglesias – Rumbo Sur, 2018.