Mi primer vínculo con esta ciudad fue al llegar en noviembre de 1975 como Secretario de la Embajada en Buenos Aires. Este destino marcó mi vida de muchas maneras. Mi llegada coincidió con el fin del gobierno de Isabel de Perón, momento de inseguridad y gran inestabilidad política. El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe militar. Un acontecimiento que fue anticipado pero que no trajo en absoluto las mejoras que la sociedad argentina esperaba. Nadie imaginaba las tragedias y sufrimientos que seguirían. La intervención militar dividió e impactó de una manera enorme en la población y, obviamente, en mí. En ese momento, el Embajador estaba ausente por problemas personales, por lo tanto me convertí a una edad muy joven en Chargé d’Affaires, tratando de interpretar, entender la situación e intervenir en casos de ciudadanos irlandeses y de miembros de la colectividad argentino irlandesa. Generé amistades que duraron muchos años, relaciones muy importantes con distintas personas que muchos años después siguen siendo mis amigos. La comunidad y la sociedad argentina estaban viviendo un momento sin precedente. Ante la ausencia de información, uno tenía que encontrar medios para mantenerse al tanto. Había mucho miedo, la confianza era muy importante, había mucho temor y la elección de interlocutores confiables era esencial. Desarrollé un contacto muy próximo con la Nunciatura Apostólica, el Secretario Kevin Mullen, que fue un gran sacerdote que estuvo muy involucrado en la búsqueda de individuos dentro de la Argentina, se convirtió en un gran amigo. La Nunciatura tenía importante información que no era difundida y en esos momentos de tanto desasosiego estas noticias tenían un valor esencial, sobre todo para las familias de personas desaparecidas. También tenía un gran amigo, Patrick Rice, que estuvo trabajando en Villa Soldati y que fue desaparecido, torturado y eventualmente expulsado del país. Después del regreso de la democracia, volvió a Buenos Aires, al barrio de Constitución, y llegó a ser un gran militante de los derechos humanos.
En noviembre del año 1977 encontré a la que sería mi futura esposa, Carmen Casey, oriunda de Cañuelas, Prov. de Buenos Aires, y con raíces irlandesas. Cada año la colectividad irlandesa en Argentina organiza un encuentro. Yo fui al encuentro en San Miguel de Monte ese año y ahí nos conocimos. En 1978 me ascendieron y volví a Irlanda, pero antes nos casamos en la iglesia de la Santa Cruz en una ceremonia oficiada por el Padre Kevin Mullen.
Vivimos en Irlanda y luego comenzamos nuestros periplos diplomáticos a través de muchos países de Europa. A pesar de muchos cambios de destinos, Carmen pudo continuar con su carrera en música y arte plástica. Para los argentinos es más difícil imaginar la pérdida de alguien que se va, porque es un país que tradicionalmente ha absorbido a los inmigrantes; eso se refleja en las familias. Todos los años vinimos a pasar las fiestas en Argentina y de esa manera mantuve mis amistades y mis conexiones. Me siento muy cercano a la vida porteña y a través de los años he desarrollado un gusto por su comida y por el mate, que aun amargo me gusta mucho.
He aprendido a apreciar la comida porteña, que es una mezcla de las grandes cocinas europeas. Hemos pasado mucho tiempo en el campo en la Provincia de Buenos Aires y nos sentimos muy afincados y enraizados en esta parte de la Argentina. Los cielos de la pampa húmeda, con esos horizontes interminables, me han impactado mucho.
Después de muchos años en el exterior, tuvimos la oportunidad de volver en 2014. Buenos Aires, por su vitalidad, belleza y su oferta cultural, siempre ha tenido un lugar especial en mi corazón. Ahora termino mi carrera aquí donde empecé.
En Irlanda está mi familia: mis hermanos y una de nuestras hijas, que viven en nuestra casa de allá. Nuestra otra hija vive en Estados Unidos. Así que seguimos muy conectados con Irlanda. Por eso estaremos un tiempo allí y otro acá.
En cierto modo, me siento testigo de una transformación profunda en el país (un privilegiado, en ese momento, de poder entrar y salir y ver los cambios que han ocurrido). Llegué aquí con 22 años, una etapa de la vida en que uno se está formando (en ese sentido, me formé aquí). Y sin duda me llevé, y llevo, mucho de esta ciudad para el resto de mi vida.