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RELATOS

MARCOS GHIGLIAZZA

La Boca, el típico barrio de los “zeneizes”, que destaca su fisonomía latina personalísima entre las demás zonas porteñas, goza de una popularidad en todo el mundo comparable al famoso Montmartre parisiense, que sólo pueden comprobar los argentinos que hayan viajado por el extranjero. Por encima de la muchas empresas y distintas actividades, son numerosos los puntales que concurren a mantener su sólida y merecida fama. En el deporte, el famoso Boca Juniors; en el arte, Quinquela Martín; en el trabajo, el puerto. Pero queda aún algo más para agregar a esta lista que contribuye a dar esa fisonomía tan particular a la La Boca: los Bomberos Voluntarios.

EL DECANO DE LOS BOMBEROS
Desde hace más de sesenta años, esta benemérita institución viene cumpliendo su silenciosa y voluntaria tarea de acudir con su ayuda allí donde se la necesite. ¡Más de sesenta años y cuatrocientos incendios apagados! Pero si aun no bastara con esto, el benemérito cuerpo ostenta un auténtico récord individual en la persona de su jefe. En efecto, el actual comandante, don Marcos Ghigliazza, que cuenta setenta y dos años de edad, tiene 58 años de servicio activo. Ingresó el señor Ghigliazza en la institución cuando todavía era un niño, como soldado raso, escalando las promociones de cabo, sargento, subteniente, teniente, capitán, hasta que en el año 1938 fue designado, en mérito a su brillante foja, comandante del cuerpo.

– Desde la mochila hasta las estrellas. ¡Magnífica carrera! – le digo mientras me enseña en su casa el gran álbum que condensa su vida de bombero y que es también, un poco de la propia institución a la que pertenece.
– Vea, ésta es la Volere é potere– me dice mientras me señala la foto de una extraña máquina.
– ¿El famoso lema del poeta Alfieri, “Querer es poder”? – pregunto.
– Exactamente.
– ¿Cuál es el origen de tan singular divisa? – insisto en preguntar.
– Comencemos desde el principio – me dice -. El cuerpo de bomberos voluntarios de La Boca fue fundado el 2 de junio de 1884 por iniciativa de un grupo de abnegados vecinos, respondiendo a una feliz idea de Tomás y Oreste Liberti. Por medio de un manifiesto invitaron a la población a adherirse a la iniciativa, señalando el grave peligro que corría el barrio, pues las casas de La Boca, construidas con maderas y chapas, resultaban pasto fácil para las llamas.
– Situación que aun se prolonga, aunque más atenuada.
El comandante hace un ademán con la cabeza y continúa:
– La población era muy pobre entonces, y tuvo que realizar un verdadero sacrificio para reunir ese dinero, con el que se compró una bomba de mano, que fue bautizada con el nombre de Volere é potere para significar que lo que no pudiese hacer la máquina lo haría la voluntad de los bomberos.
-¿Cuándo fue el bautismo de fuego?
– En el gran incendio de la fábrica de velas, en Barracas al Sur, el 14 de noviembre de 1885, los bomberos voluntarios cumplieron una tarea tan extraordinaria, que la capitanía del puerto les cedió las bombas de vapor “Argentina” y “Fernández”.
– Y usted, ¿cuándo ingresó en el cuerpo?
– Fue en 1886. La primera sede de los bomberos voluntarios estaba ubicada en una barraca de madera, exactamente frente a mi casa, y cada vez que sonaba la campana de alarma, allá salía corriendo para tirar con los demás de la Volere é potere. Apenas fundado el cuerpo había presentado mi solicitud, pero mis escasos trece años movieron al presidente, señor Tomás Liberti, a rechazarme. Pero más tarde cambió de parece, cuando se dio cuente de que yo iba lo mismo a todas las llamadas como voluntario de los… voluntarios.
– Quiere decir – interrumpo – que usted fue también el bombero más joven del cuerpo.
– Imagínese usted. Tenía trece años.
– ¿Cuáles son los incendios que más recuerda? – pregunto.
El comandante ríe un momento y me responde:
– Los recuerdo todos; desde el más grande al más insignificante. Para nosotros, todos tienen la misma importancia.
– ¿Por ejemplo?
– El del buque Humberto I, el 18 de febrero de 1889. Duró dos días y constituyó un gran peligro para el puerto. El de la fábrica de sulfatos, en la calle Ancha, hoy Montes de Oca, allá por el 1910, y el del dique uno en la Aduana, ocurrido el 15 de febrero de 1929. Fueron los más importantes de todos los incendios en que me tocó actuar activamente. Pero no olvido los demás. Un incendio es siempre un incendio. El fuego en cualquier manifestación es un peligro…
– El trabajo de un bombero es un constante desafío a la muerte – comento -. ¿Cuál ha sido el momento más peligros durante sus años de actuación?
– Es curioso – me responde -, pero el momento de mayor peligro que pasé en mi vida fue cuando salvé a un… loro.
– ¿A un loro?
– Así es. Era el mes de noviembre de 1921; en un conventillo de la calle Pinzón se había declarado un incendio que amenazaba envolver las casas vecinas. Comenzamos rápidamente nuestra labor, y de improviso, una anciana se me arroja en los brazos y me suplica desesperadamente: “¡Capitán, salve a Pedrito, sálvemelo o moriré yo también!”. Pedrito era un loro. Consideré la situación, dispuesto a no arriesgarme y no arriesgar a ningún hombre para salvar la vida de un loro. Pero, extraño caso, todas las mujeres allí presentes se unieron a las súplicas de la anciana. Me aventuré y logré sacar al loro. Confieso que me conmovió el agradecimiento de aquella pobre mujer. Más tarde supe que había sido una gran dama, de las más espléndidas de Buenos Aires, que ocultaba su pobreza en aquel rincón de La Boca. El loro era su única compañía.
– ¿Algo más de la historia del cuerpo?
– Resulta interesante destacar – me dice – que en el año 1889, por razones que no son del caso mencionar, el entonces presidente de la Nación, doctor Juárez Celman, ordenó disolución del cuerpo, a pesar de la benéfica actividad que desarrollaba. Acatamos la orden, con la escondida esperanza de poder reunirnos nuevamente. Y el día llegó…
– ¿Mucho tiempo después?
– Fue el 26 de julio de 1890, cuando estalló la revolución. Todos los servicios estaban suspendidos. La vigilancia del orden público había sido abandonada y los bomberos voluntarios consideramos que había llegado el momento de cumplir otra vez con nuestro deber. Y lo cumplimos. Ocupamos la comisaría abandonada, y los bomberos se convirtieron en agentes. Pero no se detuvo allí nuestra tarea. Organizamos la Cruz Roja, preparamos el transporte, y ocho hombres fueron trasladados al Parque, donde la lucha era violenta. Los heridos fueron atendidos.
– ¡Magnífica labor!
– Sí. Así lo reconoció el mismo Leandro N. Alem. Un mes después, el presidente Carlos Pellegrini ordenó la reapertura de la institución…
La señora Ghigliazza nos interrumpe para anunciarle a su esposo que es hora de tomar servicio.
– Nunca ha llegado retrasado al cuerpo – me dice la señora mientras el comandante ríe y elude el elogio.
Me levanto para despedirme.
– ¿Continuará todavía mucho tiempo en servicio activo?
– Espero que por muchos años. Total, los genoveses de La Boca, morimos de pie.
– Entonces…, que apague muchos incendios.
– ¡Ah, eso no! No nos gusta la inactividad, pero no deseamos los incendios. Recuerde que un incendio es siempre un incendio…
Y con estas palabras me despide cordialmente don Marcos Ghigliazza, el decano de los bomberos argentinos.

 

Fuente: Diario… / Por Pedro Luis Rossi

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