Todos los sábados desde 2012 nos reunimos con el grupo de teatro comunitario en la plaza del barrio, en el Bajo Flores. En el grupo somos unos veinte, entre compañeras y compañeros de todas las edades y de todas las nacionalidades. Somos del movimiento Popular La Dignidad.
Los encuentros no se cancelan por nada, ni por mal clima, aunque estemos en un espacio abierto. Ni siquiera si llueve. El sábado en la plaza es sagrado.
Después de terminar la actividad de la mañana -ya que antes de encontrarnos muchos trabajamos en el barrio-, nos vamos reuniendo. Todos llegan en bici y, si hace frío, con sus pilotos, bien abrigados, se acercan con mate para compartir y para levantar la temperatura.
Algunos compañeros que no hacen teatro pero que nos acompañan siempre ya se acuerdan las obras de memoria. Nos ven ensayando y se dan cuenta de cada cambio que hay en las pasadas; cosas en el vestuario, de los textos o en las canciones.
A la gente que está en la plaza o que pasa caminando también le llamamos la atención. Se quedan mirando los ensayos, como que no entienden qué hacemos y quieren ver de qué se trata. Me dicen: “Te vi ahí corriendo”. Y yo les digo que sí, que era yo, y que lo que estábamos haciendo es teatro.
En mi barrio también pasa
El grupo de teatro es un espacio de intercambio, para conocerse. En la villa somos mucha gente; hay historias de todo tipo y ahí tenemos la posibilidad de intercambiar. En la semana tal vez nos cruzamos pero estamos todos trabajando o metidos en nuestras cosas. Entonces es muy valioso reunirnos el sábado; es un espacio muy importante sobre todo para las compañeras que tuvieron que venir a Buenos Aires sin sus familias, y a veces están solas.
En nuestras obras hablamos de la discriminación, de la falta de urbanización de la villa, del problema de los alquileres o de las historias de las compañeras que dejaron su país. La gente se identifica con las historias porque en ellas por ejemplo contamos que la mayoría de las compañeras son de Bolivia, Perú y Paraguay, y dejaron a sus familias en su país, pero vinieron por algo y lo armaron acá, desde cero. También contamos sobre los problemas de alquiler de la villa, donde no le alquilan a gente con bebés. Y quienes ven las obras te dicen: “En mi barrio también pasa”.
Encontrarnos en la plaza, aparte de ser un recreo y un momento para disfrutar y para conocer nuevas personas, nos permite conversar sobre las cosas que nos pasan, sobre la realidad de nuestro lugar y también sobre las cosas lindas que no salen en el noticiero, porque ahí siempre muestran lo peor de los barrios. Por eso, nuestro teatro es un espacio de comunicación con las personas del barrio, y ahí podemos contar nuestras situaciones con humor, tratando de que la gente vea las cosas que no suelen contarse.
Las funciones las damos generalmente en la plaza del barrio. Y en los cortes que realiza el movimiento popular. Ahí mis compañeras bailan los bailes típicos de su país, con su ropa bien preparada, y nosotros presentamos la obra de teatro que estemos trabajando. Ya hicimos varias obras, y algunas las presentamos en el espacio que tiene el movimiento en Palermo. Ahí organizamos también un festival que es muy lindo porque es un espacio donde nos encontramos con muchas compañeras del movimiento que son de otros barrios. Hay, aparte, gente que se suma que no es del movimiento y que viene a colaborar con nosotros.
Hacemos también clases de canto, acompañándonos con guitarra, charango y con otros instrumentos. Inventamos nuestras propias canciones contando historias del barrio, de la villa. En las canciones incluimos diferentes temas que salen de lo que vamos conversando con las compañeras acerca de nuestras historias de vida.
Hablar más fuerte, transformarse
El profe se aleja y, como hay compañeras muy tímidas, nos insiste en que hablemos más alto, nos dice que nos tienen que escuchar. Esto es teatro comunitario, tratás de expresarte de otra forma, querés que te oigan y que tu voz le llegue a toda la plaza.
Empezamos con un tema y nos ponemos de acuerdo: “Voy a decir esto o lo otro”. Cada una pone su texto, su palabra, cada una lo tiene que hacer mejor todavía. Hay compas que son madres y que trabajan, entonces nos reemplazamos entre nosotras. No tenemos nada escrito, las canciones nomás.
Cuando ensayamos, tenemos que pasar, por ejemplo, de estar tristes a estar felices; tenemos que cambiar la cara, la voz, el cuerpo. Siempre es más fácil hacer un personaje triste que uno más alegre. Por ejemplo: si la plaza tiene que “cubrirse de amor”, decimos, lo exageramos: nos tenemos que transformar realmente. Tenemos que hacerlo bien exagerado para que la gente que mira se dé cuenta de lo que está pasando. Y ahí sí nos transformamos, porque pasar del amor al odio o a la tristeza, cambia tu cuerpo, tu voz, tu forma de caminar, todo. Venimos al grupo de teatro a hacer estas trasformaciones, a cambiar, a hacer algo distinto de lo que hacemos en la casa o en el trabajo.
A todas nos pasa lo mismo: desde que venimos al grupo no nos da vergüenza contar cosas, perdimos la vergüenza. Creo que gracias al teatro tengo más amigos, puedo hablar más fuerte y hablar en público. Nosotros damos charlas en el barrio sobre primeros auxilios y hacer teatro nos dio mucha confianza para hablar con la gente, para poder expresarnos mejor y que la gente se interese y pueda preguntar.
Formas de crecer y militar
Yo soy rescatista comunitaria. Y gracias al movimiento y a nuestra lucha logramos mucho: logramos tener un coche bomba y una ambulancia, con la que podemos ayudar a más gente. Antes, cuando había algún accidente, teníamos que esperar a que llegue la gendarmería, que tardaba un montón. Ahora podemos acudir nosotros. Y todo esto es parte de nuestras obras, porque cambió totalmente el barrio gracias a que estamos unidos y pedimos lo que nos merecemos. Queremos contarlo porque la gente a veces no lo sabe.
Me gusta ser rescatista y para mi es un lugar de militancia. La corriente villera nos dio la oportunidad de aprender: yo creía que era un trabajo de hombre, y ahora lo puedo hacer. Nos reunimos y aprendimos; me gusta avanzar. Milito de esa forma: siendo rescatista y haciendo teatro comunitario. Lo veo como espacio militante porque pertenezco al grupo de teatro y hacemos cosas para que crezca y contamos cosas que nos importan.
Hay otras compañeras que militan de otras formas. Cada uno tiene su manera de ayudar. También hay gente que no era del movimiento y se terminó sumando gracias al teatro. O después se metieron en otros grupos, como Mujeres en Lucha, por ejemplo. Antes no conocíamos a muchas de ellas y ahora gracias al teatro se hicieron militantes. Creo que cada uno tiene su manera de militar y de aprender, de seguir creciendo de alguna manera.