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EDITH SCHER / MATEMURGA
un espacio pleno de sentido
Que sepamos por dónde ir es una consecuencia de haber trabajado tanto

Soy directora de Mate y Murga, grupo de teatro comunitario del barrio de Villa Crespo. El grupo se formó en un momento convulsionado de la Argentina, en 2002, época de clubes de trueque y asambleas barriales. Mate y Murga es un grupo que -al igual que sus antecesores, Catalinas Sur y el Circuito Cultural Barracas, entre otros- sustenta su práctica en la idea de arte y transformación social. Es decir que consideramos que el arte, en este caso el teatro, es una práctica transformadora de la comunidad. No la consideramos una mera herramienta, sino una práctica transformadora en sí misma. Esto es: nos interesa actuar, cantar, desde la memoria, la identidad, la celebración, desde y para la comunidad. Esto transforma a los individuos y la relación que tienen entre sí. A partir de este marco se desarrolla la creatividad, una de las facultades más mutiladas de los seres humanos que, si se pone en marcha, multiplica las posibilidades de ensanchamiento del horizonte humano.

El grupo cuenta con aproximadamente setenta integrantes, entre las distintas áreas: elenco de teatro, orquesta, grupos de gestión. Se trabaja con rigor y se ensaya mucho. Siempre desde la inclusión de todas las personas y desde un lugar donde no hay protagonistas, sino que el sujeto  principal es el nosotros.

Un espacio de pleno sentido
Este es para mi un espacio pleno de sentido, siento que desde aquí las cosas se pueden transformar. En lo personal, a través de esta tarea a la que decidí dedicarme por completo, puedo hacer convivir una fuerte vocación artística con una participación en lo social. Mi vida se transformó precisamente porque adquirió un sentido: hacer esto para algo, para muchos, sentir que me levanto cada mañana pensando en un proyecto, que la creatividad forma parte de mis sueños y mis insomnios. Eso no es poco, porque me parece que un director, por lo menos en el teatro comunitario, tiene que poder transmitir entusiasmo, más aún en estos momentos complejos.

Por sus características creativas el proyecto hace posible cosas que antes eran impensadas. Esto es muy importante a la hora de pensar en una comunidad; nos da el ejercicio para imaginar que las cosas pueden ser de otro modo. Es una práctica. He vivido situaciones con doscientas personas a las que conocí a la mañana, y a la tarde están cantando a dos o tres voces. Y me dicen: “¿Cómo hacés?”; yo no tengo más explicación que contar que les explico a unos cómo cantar la primera voz, a otros cómo cantar la segunda y a otros la tercera, y luego nos juntamos y cantamos. Hay una creencia muy fuerte de que hacer estas cosas es posible, y así me debo plantar. Así se debe plantar un director de teatro comunitario para que sean posibles las cosas, porque todo juega en contra. Todo parece decir que no se puede trabajar, que no va a haber dinero, que no va a haber tiempo, que el individualismo va a ganar, que no se puede soñar. Y bueno, el espacio y la convicción van demostrando lo contrario.

En estos espacios se respira el deseo de hacer cosas que en soledad son mucho más difíciles de hacer. Cuando uno ve un espectáculo y ve que participa alguien que podría ser su vecina, su tía, su hija, o uno mismo, siente habilitado un espacio que la sociedad en general no habilita. Acá ves gente de todas las edades -porque a estos espacios vienen niños y gente muy mayor-, a diferencia de la sociedad de consumo, que está muy segmentada, acá hay gente de todas las edades y eso resulta muy atractivo. Cuando entrás y empezás a vivir la experiencia de estar en un grupo de teatro comunitario, percibís un entusiasmo que resulta contagioso; porque uno ve concretamente  que las cosas van avanzando y se van haciendo. Antes, nada; ahora, un espectáculo. Antes, nada; ahora, una escena, dos escenas, tres escenas; todos haciendo cosas que antes no hacíamos. Eso es muy concreto y eso mueve mucho interiormente.

Mover lo quieto
El teatro comunitario es un espacio de aportes colectivos, donde debe mediar una mirada de dirección que aporte una función poética. Ese es el teatro que me interesa, el de todos los aportes, incluido el de la dirección, y surgido desde el territorio.

La vida de un director de teatro comunitario no está marcada solo por lo creativo. Uno se acostumbra a vivir con el teatro y no lo considera como una actividad para realizar cuando hay tiempo libre, sino para todo el tiempo. Y también eso está mezclado con las cuestiones de gestión, que son muy importantes: de pronto hay que suspender un ensayo para redactar un pedido de subsidio, hacer llamadas para organizar cosas. Más allá de que hay otras personas que también se ocupan, todo termina formando parte de la tarea de la dirección.

Me gusta trabajar con compañeros, que surjan cosas inesperadas, y sentir que el tiempo y la experiencia, la posibilidad que tuve de poder dedicarme a esto, me permiten no dudar y arriesgar. Todo lo hecho nos habilita y nos da confianza en lo que podemos dar. Que sepamos por dónde ir es una consecuencia de haber trabajado tanto, aunque las situaciones sean nuevas.

Al mismo tiempo de sentir esta seguridad, a veces se duda del camino; está lleno de vicisitudes. A veces, uno se plantea por qué dejó otros caminos de lado, incluso pensando en que la situación económica podría ser un poco mejor. En fin, pueden aparecer situaciones difíciles que a uno lo frustran. No tanto desde lo creativo, porque a la ansiedad de armar una obra y a la presión del grupo uno se acostumbra. Pero cuando la adversidad es mayor o la dinámica grupal se complejiza, todo eso tira para abajo. Y después uno piensa en la totalidad y termina decidiendo que sí. Son mucho mayores el deseo y la convicción que los obstáculos. Siempre hablamos de estos temas en la Red de Teatro Comunitario.

Particularmente yo siento un fuerte mandato de cumplir con lo que mis maestros, Bianchi y Talento, me trasmitieron: que si uno se pone al frente, hace una convocatoria y genera entusiasmo en un montón de personas, el proyecto debe seguir. Uno no puede abortar. Y es importante transmitir a los demás sobre el cuidado que hay que tener con los otros, con la gente que asume estas tareas. Estamos muy acostumbrados a pedir y exigir a quien tenemos enfrente, pero acá se practica y se vive eso de que todos den. Dar significa hacer silencio. Significa que si un compañero se pone demasiado individualista, hay que poder decírselo. Y no seré yo, como directora, la única que tiene esa palabra.

Luego de muchos años de dedicarme a esto, escribí Teatro de vecinos. De la comunidad para la comunidad (2010), un libro sobre teatro comunitario. Movida por el deseo de que quedaran plasmadas aquellas cosas que me habían conmovido en esta práctica. Es alto el grado de enamoramiento que tengo con esta práctica y con querer trasmitirla apasionadamente, por eso lo escribí. En ese sentido me siento muy satisfecha, porque hay gente que me dice que el libro la conmueve y que le da ganas de hacer. Eso me gusta mucho; mover lo quieto, mover lo que aparentemente es inmóvil, lo que parece que no se puede modificar.

Cuando nos referimos a la idea del arte y transformación social nos referimos a estas cuestiones de la subjetividad cultural, no a una cuestión instrumental. La idea es ensanchar el horizonte de lo posible y hacer cosas que antes de hacerlas parecían imposibles.

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