Fue asomarse al mundo de Quinquela y quedar atrapado. Una suerte de perfecto guión ambientado en un tiempo y geografía únicos, en un momento bisagra de la historia de nuestro país. La Boca como puerta de entrada de una incesante inmigración que poblaba los conventillos de idiomas, nuevas ideas y remotas tradiciones. Cientos de trabajadores organizados en mutuales, asociaciones y sindicatos donde proliferaban bibliotecas, academias, teatros y publicaciones. Ideales políticos, causas religiosas y el arte entremezclado en la vida cotidiana fueron el caldo de cultivo de una historia única: la de un hijo dilecto.
La parábola del niño abandonado, la del que descubre su talento entre bolsas de carbón. Un joven que no fue ajeno a las tensiones sociales de su época, que participa, se compromete. El arte lo descubre y lo reconoce, primero en su tierra, luego en el mundo. Pero él vuelve. Siempre vuelve a su barrio, al encuentro los suyos. Y cuando llega la bonanza económica ayuda a su padres y amigos, a propios y extraños. Para La Boca un derroche solidario, para él una vida austera. Tan increíble y reconocido fue su arte, como su capacidad de reunir y congregar. Un imán para las causas nobles de su barrio, en clave de encuentro, de fiesta. Quinquela vivió con sofisticada simpleza. Su vida ilumina.
Este libro ofrece un pequeño racconto de su increíble vida artística, que explica desde sus inicios el inclaudicable compromiso con sus orígenes, con un barrio obrero que tenía el arte como parte de su ideario social. Una grata forma de asomarse a ese país de sueños, de inmigrantes, de rebeldía. Espacios de encuentro donde conoció a sus amigos y a su maestro, apasionante camino hasta sus primeras muestras. Una producción profusa que no supo de egoísmos y que llegó a los más disímiles y recónditos lugares. Una sucesión de viajes exponiendo en los museos más importantes del mundo, con ricas anécdotas que dan cuenta del enorme reconocimiento que tuvo como artista de su tiempo. Y cuando la mayoría soltaría amarras hacia el encumbramiento personal, Quinquela fue fiel a su sueño y usó su arte para crecer junto a su barrio. “Me parece que estoy metido en mis cuadros y amarrado a los muelles de La Boca, como los barcos que tantas veces descargué antes de trasladarlos a mis telas pintadas, a mis decoraciones murales, a mis cerámicas y grabados. Más amarrado aún que los barcos, que vienen y se van, a veces para no volver. Yo en cambio, volví siempre al punto de partida. Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fuí así como un viajero que viajara con su barrio a cuestas.” Un carbonero, un pintor, que se hizo uno con La Boca para siempre.
La Boca encontró en Quinquela Martín a su hijo dilecto, ese carbonero pintor que con su arte llevó la Vuelta de Rocha a pasear por el mundo. Cultor del encuentro, de la alegría compartida, de la organización entre vecinos. El progresivo reconocimiento artístico y su dotes de anfitrión hicieron de Quinquela el referente natural del barrio. Pero lejos de focalizar en su gloria personal, decidió interrumpir su escalada internacional, para dedicarse a un proyecto barrial. Y es ahí donde su vida te interpela. Cuando entra en una dimensión grande, muy grande. La fidelidad a sus sueños, a sus ideas, a los suyos. Elige austeridad para su vida y generosidad plena para La Boca. Cuando todo está a su favor para el desarrollo individual opta por lo social, por los otros. Seguramente fiel a un camino ya trazado, pensado; y no se inventa chicanas, no lo posterga. Decide, elige y le da lugar al mito. Sería correcto llamarlo filántropo. Pero sabe a poco. Quinquela encarnó los mejores valores del liderazgo: representatividad, generosidad y compromiso. Conocía las necesidades del barrio donde nació y se crió, tenía claro por lo que trabajaba y para quién lo hacía. Y todo lo hizo desde una piecita en la Escuela-Museo. Para los vecinos ya era frecuente ver en el barrio a intendentes, ministros y presidentes. Quinquela Martín supo encauzar el juego político en provecho de la Vuelta de Rocha. En alguna parte, quizás, todavía se debata con qué partido simpatizaba, de qué club era hincha, pero en el barrio todos tienen una certeza: Benito Quinquela Martín nunca dejó de Soñar La Boca.
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